Dados los desafíos planteados al momento de determinar los índices de nuestra matriz de análisis, resulta interesante construirlos de manera análoga al método planteado por Aby Warburg al momento de realizar su Atlas Mnemosyne. El mismo se presenta como un método de investigación heurística caracterizado por rastrear la presencia y persistencia de las imágenes, buscando detectar relaciones poco evidentes entre las piezas. Para ser más descriptivos, podemos retomar a Huberman (2009), quién estudió en profundidad la obra de Warburg en La imagen superviviente. Allí, el autor contrapone a la manera de estudiar el arte procedente del siglo xviii, el hegelianismo y las ciencias positivas con los métodos de Warburg, quien deconstruye los mencionados modelos epistémicos en uso de la historia, sustituyendo el modelo natural de los ciclos de vida y muerte y grandeza y decadencia por «un modelo resueltamente no natural y simbólico, un modelo cultural de la historia en el que los tiempos no se calcaban ya sobre estadíos biomórficos sino que se expresaban por estratos» (24).
En nuestro caso, el valor de este modelo de selección reside en su correspondencia con la teoría de Grimson respecto de las sedimentaciones a nivel identitario. Al igual que éstas últimas, los estratos se alimentan de retornos inesperados, supervivencias, remanencias, reapariciones de las formas. Por tal motivo, el autor propone analizar el devenir de las formas como un conjunto de procesos tensos donde se deconstruyen las fronteras disciplinares, fomentando el saber en movimiento que se constituye a partir del juego entre los desplazamientos metodológicos.
A la hora de realizar un análisis comparativo enmarcado en un extenso período de tiempo, como aquí se plantea, los estratos –según Warburg– o sedimentaciones –según Grimson– de estas imágenes comienzan a transparentarse, y permiten establecer relaciones entre ellas más allá de los inevitables quiebres y continuidades dados por el mismo transcurso del tiempo.
En otras palabras, Huberman (2009: 34) permite entender la imagen más allá de sus propios límites, comprendiendo que:
No nos encontramos ante la imagen como ante una cosa cuyas fronteras exactas podamos trazar. Es evidente que el conjunto de las coordenadas positivas –autor, fecha, técnica, iconografía…– no basta. Una imagen, cada imagen, es el resultado de movimientos que provisionalmente se han sedimentado o cristalizado en ella. Estos movimientos la atraviesan de parte a parte y cada uno de ellos tiene una trayectoria –histórica, antropológica, psicológica– que viene de lejos y continúa más allá de ella. Tales movimientos nos obligan a pensar la imagen como un momento energético o dinámico, por más específica que sea su estructura.
Es evidente entonces que la imagen no se puede disociar del actuar global de los miembros de una sociedad, ni del saber o el creer propio de una época: «para Warburg, en efecto, la imagen constituía un fenómeno antropológico total, una cristalización una condensación particularmente significativa de lo que es una cultura (Kultur) en un momento dado de la historia» (43). En el Atlas Mnemosyne, Warburg trabajó no solamente «en un resumen de imágenes sino en un pensamiento por imágenes, no solamente un prontuario sino una memoria en acción» (410). Allí se crearon conjuntos de imágenes que hacen percibir las relaciones de unas con otras. Se propone algo diferente a una simple recopilación de imágenes-recuerdos que narran una historia, «es un dispositivo complejo destinado a ofrecer –a abrir– los jalones visuales de una memoria impensada de la historia» (432).
No se trata de elegir, resumir, linealizar sino de exponer, desplegar la profundidad estratificada de los ficheros. Las disposiciones de imágenes obtenidas no representaban un punto final porque la interpretación es siempre permutable y es en su perpetua combinación donde el conocimiento se construye. El Atlas tiene, sin dudas, un valor de programa, un programa abierto donde se dejan ver los intrincamientos entre las imágenes: «más que ilustrar una interpretación preexistente sobre la transmisión de las imágenes, [el atlas Mnemosyne] ofrece una matriz visual para desmultiplicar sus órdenes posibles de interpretación» (420). La presencia simultánea de épocas tan alejadas entre sí se ve totalmente justificada por el concepto que designa su propio título: «el atlas trata de construir la memoria social y reconstruir las diferentes capas de la transmisión cultural» (436) a partir de la puesta en común de épocas disímiles e incluso opuestas. Por tanto, el valor de este programa en el marco de la presente tesina reside en la posibilidad de construir una cartografía de la memoria colectiva acerca de las efemérides nacionales argentinas, en términos de imaginario social. Estas cartografías facilitarán el descubrimiento de regularidades imaginarias, claves al momento de estudiar nuestro objeto de análisis.